Tras de mi la campanilla tintinea con el cierre de la
puerta. Inmediatamente huelo esas maravillosas combinaciones de harina, huevo y
azúcar que, una vez horneadas, lo inundan todo con su cálido y dulce aroma.
Aspiro hondo mientras miles de coloridas bolas de caramelo me miran curiosas
desde el recipiente de cristal que reposa en el mostrador de la entrada. Me
llaman la atención tres bandejas verdes de cerámica dispuestas unas sobre otras
en forma de árbol de Navidad. Me enseñan unas traviesas madalenas disfrazadas
de nidos de pájaros, de flores imposibles y de tiernos animales. Tan esponjosas
como apetitosas desprenden un envolvente olor a frutos rojos, nueces, piña colada
y al chocolate más intenso. Detrás de ellas, al lado del horno, una cascada de
miel cae sobre unos bollos recién hechos que, aún calientes, la absorben y se
impregnan de su acaramelado sabor.
Corazones, estrellas, margaritas y tulipanes de azúcar se
codean con las ostentosas vitrinas de pasteles de todos los sabores. Bizcochos
de almendras con chocolate y leche de coco, deliciosas combinaciones de fresas
y nata, pasteles de manzana con canela y suculentos roscones con fruta
confitada imponen su autoridad y veteranía frente a nubes, cerezas, plátanos y
moras de goma que se amontonan unos sobre otros formando una inmensa tarta de
golosinas de cinco pisos que culmina con sendas piruletas de todos los colores.
Buñuelos de natas, crema, trufa y cabello de ángel se
disputan los mejores puestos en el expositor refrigerado. Por encima de ellos
sonríen las pequeñas mousses individuales que son verdaderas obras de arte a
base de frutas tropicales, merengue, virutas de cacao y chocolate blanco. A su
izquierda, una mesa de madera repleta de deliciosas y doradas roscas de
hojaldre bañadas con yema que están pidiendo a gritos un baño en una buena taza
de té o café.
Los bombones tienen un estante propio y no comparten su
protagonismo con nadie. Envueltos por capas de vainilla, trufados con sabor a
tofe, rellenos de jugoso albaricoque, con sabor a grosella negra o bañados con
una mezcla de café y el mejor wiski
escocés. Esperan pacientes y en orden para poder llenar elaboradas cajas de
cartón que les llevarán a hacer las delicias de los paladares más exigentes.
Tras de mi vuelve a sonar la campanilla mientras echo una
última mirada a las bandejas de crujientes galletas en forma de abanico y a las
pastas de té rellenas de delicadas mermeladas caseras.
*Esta palabra ha sido sugerida por Patricia. ¡Muchas Gracias!