Querido Paolo,
Cuando te fuiste, cuando cogiste aquel avión que te alejaba
para siempre, incluso antes, cuando me comentaste tu decisión de marcharte, con
esa claridad que desprendían tus ojos y esa calma en tus palabras, justo en ese
momento, supe que ella me perseguiría sin descanso noche tras noche y día tras
día. Pero me sentí incapaz de decírtelo, de exponerte mis temores, de cortarte
las alas y truncarte eso que llamabas tu gran oportunidad sólo por no saber encararme
con aquella oportunista y despiadada fémina. Fui plenamente consciente de todas
las estrategias que ella iba a utilizar, porque ya nos conocimos hace años,
cuando estuviste destinado medio año en Perú. Tampoco entonces te comenté nada sobre
ella, de los diversos encuentros que mantuvimos, de cómo amedrentó mi
existencia todos esos meses que estuvimos distanciados.
Ahora pienso que carecí del valor de frenarte, de hacerte
permanecer a mi lado, de borrar esos kilómetros que se iban a interponer entre
nosotros, pero te quería tanto que me sentía incapaz de quitarte lo que durante
tantos años habías anhelado. Quizás lo único que tuve fue precisamente eso, valor.
El valor de quedarme sola a sabiendas de tan retorcida chantajista. Y no me
equivocaba; lo cruel de todo esto es que no erraba ni un milímetro en mis
suposiciones. No pasó ni una hora desde que tu avión iniciara el despegue que
ya estaba llamando a mi puerta. Cierto es que la estaba esperando, pero aun así sentí que las
fuerzas me fallaban y fui incapaz de ponerme en pie. Permanecí sentada en el
sofá, con la infusión recién preparada entre mis manos y con el corazón
latiendo a mil por hora, mientras el timbre sonaba más impertinente que nunca.
Estuve tentada de abrir la puerta y dejarla entrar pero finalmente no cedí. No
estaba aún preparada para nuestro encuentro. Me quedé quieta, en silencio, con
las luces apagadas para que no se percatara de mi presencia hasta que
finalmente se fue y yo me quedé dormida. A la mañana siguiente vi una nota suya
en el buzón, recordándome su
presencia. Me mandó mensajes, correos electrónicos, recibí llamadas suyas cada
vez con más frecuencia, y así pasaron los días y las semanas, sintiéndome
acechada a cada instante, volviéndome a cada esquina, viendo su cara en cada
escaparate y sintiéndome cada vez más incapaz de enfrentarme a ella. Si te
hubieras quedado Paolo, ella no habría tenido el valor de acercarse a mí. Pero tu
marcha le dejó el camino complemente libre para acosarme de nuevo y no dejarme
prácticamente vivir. Desde esa primera noche sentí su aliento gélido en mi
nuca, y una especie de losa pesada cayó sobre mi cuerpo. Me costaba hasta
caminar, miedosa como estaba de encontrarme cara a cara con ella. Finalmente
decidí no salir de casa, mantuve las persianas bajadas por si se me espiaba
desde la calle y desconecté la línea de teléfono. Pero ni de ese modo fui capaz
de frenar su embestida ni de evitar el día en el que ella supo cómo contactar
conmigo. Era domingo. Lo recuerdo especialmente porque los domingos solían ser
días especiales para nosotros, cuando estábamos aun juntos digo. Te levantabas
temprano y salías a correr, ¿recuerdas? Llegabas con el desayuno justo cuando
yo aún me desperezaba y después pasábamos la mañana en la cama, leyendo el
periódico y hablando de nuestras cosas. En el fondo da igual lo que hiciéramos,
pero recuerdo que era domingo precisamente por la nostalgia que sentí de todo
aquello. Estaba a punto de entrar en la ducha cuando alguien aporreó la puerta.
Reconocí la voz de Dolores, nuestra vecina de enfrente, que con los años se ha
vuelto demasiado charlatana y dada al chismorreo pero sigue siendo una buena
persona. Decidí abrir la puerta. Me comentó lo preocupada que estaba de no
cruzarse conmigo durante días, de ver todas las persianas bajadas. Pensó que
quizás estaba de viaje pero escuchaba ruidos en el interior y no sabía si
llamar a la policía. Logré calmarla y le di a entender que no me encontraba del
todo bien y que por eso había permanecido en la cama. Cuando ya estaba
prácticamente cerrando la puerta ella se acordó de algo. Hacía prácticamente
una semana que una mujer le había dejado una nota para mí.
—Que despiste —me
dijo, y sacó un sobre del bolsillo de su bata y lo depositó en mi mano mientras
me sonreía amablemente. Me quedé helada. Habían pasado ya tres meses y medio
aproximadamente desde tu marcha y ella no había cesado en su empeño. Quizás iba
siendo hora de afrontar el tema. Me temblaban las manos cuando desdoblé aquel
trozo de hoja. Decía así:
Estimada Candela,
Puedes rehuirme, te puedes esconder e incluso puedes tratar
de hacerme desaparecer, no obstante y pese a lo paradójico del asunto, siempre
voy a estar cerca. Así lo quiso Paolo con su marcha. No te esfuerces, no te
alejes porque siempre te alcanzaré. Te aconsejo que te acostumbres a mi
presencia, que me saludes cada mañana o te puedo llegar a hacer la vida
insoportable. No te desgastes o te venceré.
Firmado: Lejanía.
*Relato dedicado a @xenbarrull. ¡Gracias por tu palabra!
*Relato dedicado a @xenbarrull. ¡Gracias por tu palabra!