Una bolsa enorme de adrenalina
explotó dentro de él al ver el símbolo del sobre en la pantalla. De repente tenía
la sensación de haber dormido tres horas más y de haber tomado cinco cervezas
menos. Casi con miedo apretó la tecla central de su Nokia 3510, una pequeña
joya que había conseguido conservar desde hacía más de diez años. A pesar de la
nuevas tecnologías y del bombardeo mediático, él se había mantenido fiel a un
pequeño y simple aparato, sin embargo no conservaba a quien más había querido. El
mensaje era de su hermano. El mejor amigo de ambos había sufrido un accidente.
Estaba muy grave. Más mierda. Cogió su chaqueta y corrió escaleras abajo. El
siguiente mensaje quedó sin leer, dentro de una antigua joya, depositada en el
bolsillo de sus tejanos.
Se despertó casi a mediodía. No
sabía en qué momento pero se había quedado profundamente dormida. Soñó con
gatos que peleaban y arañaban corazones. Caían éstos rotos en mil pedazos, en
forma de lluvia. Ella trataba de alcanzar todas las piezas pero le resultaba
imposible ya que se deshacían en contacto con el suelo. Se incorporó en la cama
y buscó a tientas el móvil debajo de la
almohada. No había respuesta. Chequeó la bandeja de salida con la esperanza de
encontrar algún error en el envío. Pero todo era correcto. El teléfono había
cumplido su misión. Eran ellos los que no funcionaban o, mejor dicho, los que
habían dejado de funcionar de la noche a la mañana, como un mal juguete chino.
Y estos juguetes rara vez tenían reparación.
Llegó al hospital en veinte minutos.
El aire flotaba espeso y cargado de tragedia. Se abrazó con la novia de su
amigo accidentado. Estaba destrozada y se agarró a él fuertemente. Entre sus
sollozos recogió la inmensa pena, la rabia y la desdicha que estaba sufriendo.
El último parte no era positivo. Permanecía en coma con respiración asistida.
Sintió como su corazón ya agrietado se rompía un poco más. Pensó en ella, en
donde estaría y deseó tenerla cerca, protegerla, oler su cuello, ver sus labios
siempre pintados de rojo, escapar juntos de todo aquel desastre. No importaba
la dirección; necesitaban un lugar donde pudieran soldar tantos pedazos rotos,
donde poder esconderse para que nada ni
nadie les arrebatara esa unión. Se secó las lágrimas de los ojos y se puso la
bata verde. Podían entrar a verlo cinco minutos.
Se estaba ahogando en su propia
melancolía. Era pegajosa y asfixiante. Abrió la ventana. Quiso tirar su Blackberry
y verla reventar en mil pedazos, para que algo más que su corazón estuviera
roto. No lo hizo. Permaneció unos minutos bajo el agua helada de la ducha,
hasta que la piel empezó a enrojecerse. Sintió cada una de las gotas y las absorbió
como una planta olvidada tras unos días de verano. Buscó entre la poca ropa que
había traído. Se vistió con uno tejanos azules y un jersey verde de cuello
alto. Se puso su abrigo rojo y agarró la bolsa aún sin deshacer. Pasaría unos
días fuera de la ciudad, lejos de todo. Lejos de ese absurdo teléfono.
Salió abatido pero decidido a
solucionarlo todo. Al menos a intentarlo. Pulsó lo números en su Nokia. Con
decisión.
El teléfono vibró seis veces en la
mesita de noche. Después saltó el contestador.
Continua Con la N de Nostalgia
Continua Con la N de Nostalgia
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