domingo, 10 de junio de 2012

Con la L de Lengua de Trapo (1ª parte)

A mi izquierda una madre con retoño. Escultural ella, pero una escultura claramente tallada a golpe de bisturí, y bastante normal el pequeño. Era un bebe callado eso sí. Incluso mudo. Podría asegurar que nunca le había oído gimotear. A mi derecha un perro agotador. No paraba de ladrar al más mínimo movimiento. Tenía una cara atontada y siempre iba con la lengua fuera. Si te fijabas bien, se podría decir que tenia un ojo más alto que el otro y su boca dibujaba una especie de sonrisa permanente que era una mezcla entre sonrisa estúpida y maléfica. Un poco más allá una muchacha que bien se debía creer ser princesa, pero de otra galaxia. ¿A quién se le podía ocurrir llevar unas vestimentas tan estridentes y, sobre todo, tan brillantes? Y así me veía obligada a amanecer cada mañana. Pero hubo tiempos mejores. Tiempos en los que no había bisturís y las madres no estaban siliconadas. Tiempos en los que las muchachas eran tiernas y soñaban con princesas inocentes, y no vestían esos trajes ajustados, ni llevaban el pelo de mil colores. Perros, lamentablemente, siempre han habido. Y digo lamentablemente porque por muy simples y rasposos que sean siempre han arrancado ‘ohs’ y ‘ahs’ y mil comentarios cariñosos de la gente. Pero en esa época a la que ahora hago referencia, no había perro alguno. Era yo la que atraía todas las miradas. Mi larga melena pelirroja, casi siempre recogida en sendas trenzas a lado y lado de la cabeza, y mis pecas que parecían estratégicamente lanzadas sobre mis mejillas, acaparaban todos los elogios. Yo me sentía plenamente feliz. Por aquel entonces, ¡hasta tenía una cama para mí sola! ¡Ah, qué tiempos aquellos! Vivía tranquila y acostumbraba a tomar el té cada tarde. Me lo preparaba una linda muchacha, de nombre María. Ambas nos sentábamos en una pequeña mesa azul y charlábamos tranquilamente durante toda la tarde. Eran jornadas la mar de agradables. María a veces se entretenía en desenredar mi larga melena para luego volver a recogerla en trenzas perfectas. Yo la miraba y sonreía. No nos hacían falta las palabras para entendernos; nos hacíamos compañía mutuamente. Fue tal nuestra unión que no salíamos de casa la una sin la otra. Íbamos juntas al cine, de vacaciones, al parque o de excursión.
Pero un buen día apareció él, arrasando con mi placentera existencia. Aún hoy no logro saber porqué llegó tan contento. Vino de la feria. Pudo ser él como un san Bernardo con barril incluido. A veces se trata tan solo de una cuestión de azar. Pero sea como fuere, lo invadió todo con su estúpida lengua de trapo. Durante una temporada, larga, tuvimos que dormir en la misma cama. Eso, en sí mismo, ya me molestó sobremanera, pero la cosa empeoró aún más cuando vi que se sentaba con nosotras para compartir nuestras charlas vespertinas. Su lengua, siempre fuera; sus ojos alborotados y esos ladridos irritantes me amargaban la existencia. Yo intentaba poner buena cara, sobre todo al ver que mi compañera estaba extremadamente contenta con nuestro nuevo contertuliano. No la quise contrariar. Pasamos una larga temporada de coexistencia forzosa y amargos tés. Pero la situación, lejos de mejorar, dio aún un giro más retorcido. María acogió a una madre soltera con su hijo y a la que parecía ser su prima adolescente. Recuerdo perfectamente la tarde en la que nos las presentó. Llegaron en coche y lo aparcaron delante mismo de la puerta. Era un coche bastante bonito y moderno, de formas redondeadas. Pintado entero de color rosa. Yo estaba degustando mi habitual té con pastas y Boby, así se llamaba mi peludo compañero, estaba adormilado en la cama. Nada más llegar fueron invitadas a compartir mesa con nosotras.
Intercambiamos cuatro palabras pero poco más hablé con ellas. Tan puestas, tan preocupadas por ellas mismas que rápido se olvidaron de nuestra existencia.

Vinieron en exceso cargadas de bolsas y accesorios y nos vimos obligados a hacerles un hueco. Ellas eran nuevas y María quería que se sintieran como en casa, así que tuve la mala suerte de tener que mudarme al primer piso con mi ‘amigo’ el peludo.


Continuará...

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